viernes, 8 de julio de 2011

LA MISIÓN JESUÍTICA DE SAN IGNACIO MINI

Desde la actual Asunción del Paraguay hasta el Atlántico: en esa extensa región alimentada por la cuenca del Paraná, millares de indígenas vivían del cultivo, la caza y la recolección. Hasta que, en el siglo XVI, empezaron a llegar los conquistadores y colonos europeos. Poco tiempo después, esos habitantes originarios eran mano de obra de españoles y portugueses que los explotaban para sostener económicamente sus colonias.
Mita, yanaconazgo, encomienda, repartimiento. Así se llamaban las instituciones que los españoles crearon para someter a los indígenas americanos.
Pero también implantaron una organización social más constructiva: las misiones de las órdenes religiosas, también llamadas reducciones, doctrinas o pueblos de indios.


Las Misiones Guaraníes de la Compañía de Jesús fueron una construcción social totalmente novedosa. Intentaron imponer los valores humanistas de la cultura europea tolerando aquéllos de la indígena que consideraban adecuados.


UN POQUITO DE HISTORIA...


LOS JESUITAS
UNA ORDEN RELIGIOSA DE VANGUARDIA



En 1540, el capitán Ignacio López de Loyola (1491-1556) fundó en Europa la Compañía de Jesús, la más dinámica y moderna de las órdenes religiosas de su tiempo.


Los integrantes de esta compañía –llamados jesuitas- respondían a una organización rígida y mantenían una obediencia absoluta al Papa.
Hicieron de la enseñanza una de sus principales actividades y, desde sus comienzos, intentaron llevar su religión fuera del ámbito europeo. En 1541 arribaron a la India, en 1580 a Japón y, en 1585 al territorio que más tarde sería la Argentina.


LOS GUARANÍES
LA CULTURA DE LA SELVA AMERICANA



Es imposible concebir a los guaraníes sin los ríos, sin los árboles, sin los pájaros y sin la tierra. Las comunidades guaraníes se extendieron a lo largo de las tierras bajas sudamericanas, región surcada por ríos caudalosos y cubierta por una espesa vegetación selvática. La familia lingüística tupí-guaraní agrupaba a pueblos de muy diversas tradiciones culturales, que en muchos casos hablaban idiomas similares.


Una estrecha relación con la selva y profundas creencias religiosas organizaban el mundo guaraní. La vida en las comunidades se sostenía en un sistema social solidario y en una economía basada en la comunidad de bienes y de producción. Poblaban aldeas de hasta dos mil habitantes que se estructuraban alrededor de grandes casas comunales y hacían del río su gran avenida natural y fuente sagrada de vida.


APOGEO Y CAÍDA DE LAS MISIONES


Desde 1609, cuando fue fundado el primer pueblo, hasta 1768 cuando los jesuitas debieron abandonar América por orden real, mucho cambió en la vida de las reducciones. A medida que se hacían económicamente más sólidas, por ejemplo, aumentaban sus pobladores, pero se volvían más vulnerables a las epidemias. La expulsión de los jesuitas marcó el fin.


A partir de entonces, los pueblos quedaron en manos de autoridades civiles y de otras congregaciones, entre ellas la de los franciscanos. Sus habitantes se mimetizaron en los recién creados estados nacionales: Argentina, Brasil y Paraguay. Las guerras entre estos países, a principios del siglo XIX, destruyeron los edificios de las reducciones.


¿CÓMO ERAN LAS MISIONES?


Este modelo de organización comunitaria fue percibido, siglos después, como un comunismo incipiente, una teocracia o una utopía social. Sin embargo, las misiones se estructuraban de una forma indudablemente jerárquica.


Las misiones eran unidades política y económicamente independientes. Mantenían una estructura urbana pautada, estaban bien comunicadas entre sí y conformaban un sistema social integrado.


La plaza era el centro geográfico y social de las reducciones. A su alrededor se ubicaban la iglesia, los talleres artesanales, el cementerio, el cabildo y otros edificios importantes. Ahí también tenían su casa los jesuitas, mientras que los indígenas vivían en las calles laterales.


Había dos tipos de terrenos: los abambaé (cosas del hombre) eran huertas familiares y los tupambaé (cosas de Dios) pertenecían a la comunidad y abastecían a la iglesia, las escuelas y al Cotiguazú, vivienda que recluía a mujeres viudas o con marido ausente.


Para mantener la cohesión popular los jesuitas respetaron el poder de los caciques y aplicaron un riguroso sistema productivo. Todas las actividades religiosas, sociales y económicas estaban pautadas. Algunos indígenas se dedicaban a oficios como la carpintería, la herrería y la alfarería; otros pastoreaban ganado y la mayoría trabajaba en las unidades agrícolas, donde se cutivaba maíz, trigo, algodón y yerba mate.


VENTAJAS Y DESVENTAJAS


Las reducciones, lejos de ser idílicos paraísos terrestres poblados por el buen salvaje que soñara Rousseau, fueron verdaderos puestos de frontera. Con frecuencia, por motivos fútiles o por reprimendas de los religiosos, clanes enteros se rebelaban y retomaban el camino de la selva.


De entre las ventajas para los indígenas de vivir en una reducción estaban el huir del hambre, la comprobación del progreso que hacían en las reducciones los hijos de los ya concentrados, el miedo a las tribus vecinas, e incluso a los mamelucos o paulistas brasileños.


Frente a estas ventajas estaban el cambio de terreno, la pérdida de la libertad gozada hasta entonces, la perspectiva de tener que convivir con otras tribus que les resultaban extrañas, el sometimiento a una vida a la que no estaban acostumbrados y el temor a la sujeción política y tributaria.




LA MISIÓN DE SAN IGNACIO


La misión de San Ignacio Miní fue fundada originalmente en 1610, al sur de Brasil, por dos sacerdotes jesuitas: José Cataldino y Simón Maceta. A causa de los constantes ataques de los bandeirantes, sin embargo, fue trasladada en varias ocasiones. En 1696 se instaló donde hoy se encuentra.


La plaza era el elemento central que marcaba el sentido de comunidad, de pertenencia al lugar y daba cohesión y unidad a la vida reduccional. Dos calles centrales ordenaban la lógica de la misión. Una de ellas, paralela a la fachada del templo, separaba con precisión la sociedad civil de los edificios sagrados. Ambos espacios sólo coincidían en el atrio, reservado para la catequesis, los ritos religiosos y algunas representaciones teatrales.


Otra calle principal era la que iba desde la entrada de la reducción hasta el templo, edificio que centralizaba la vida del indígena. Sus campanas, muchas veces ubicadas en una estructura independiente, repicaban varias veces al día para convocar a la liturgia y marcar el ritmo de las tareas productivas.


El trabajo estaba estrictamente dividido. Algunos hombres trabajaban en los talleres, pero la mayoría partía, al amanecer, al campo. Las mujeres hilaban tejidos para la comunidad y colaboraban en la siembra y la cosecha. Los niños, desde los 7 años, recibían educación y se incorporaban a las actividades misioneras.


Las construcciones de piedra fueron iniciadas en 1720 con la iglesia. La población, en su apogeo en 1733, llegó a tener 4500 habitantes; sufrió un fuerte descenso hacia 1740, para aumentar hasta 3500 en 1768, año en que los jesuitas debieron abandonar las misiones.


El conjunto Jesuítico de San Ignacio Miní fue declarado Monumento Histórico Nacional en 1943. Las obras de rescate y restauración se llevaron a cabo entre 1940 y 1948. En 1984 fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.


Más información:


www.visitingargentina....gnacio.php






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